Pérdida de biodiversidad en los sistemas agrarios
Nuestra alimentación cada vez depende de menos especies y de variedades más homogéneas, lo que la hace más vulnerable.
Vas a hacer la compra y todos los estantes tienen el mismo y único producto. Un alimento completo, capaz de cubrir todas tus necesidades nutritivas. Una galleta en la que cabe todo, un alimento estudiado por la NASA y el MIT y recomendado por la FAO, la EFSA y hasta por la OTAN.
Esta es parte de la línea argumental de Soylent Green (traducida en España como: Cuando el Destino nos Alcance), un thriller policíaco y distópico de los años 70 en el que Charlton Heston investiga sobre la procedencia de este alimento. La traducción al español daría para un artículo
Cuanto más inverosímil es el cine, más probable es que sucedan sus pronósticos. Más de 40 años después, hacemos una sencilla búsqueda en internet y encontramos que ya existe, que ya podemos comprar “Soylent” y olvidarnos de la comida. Además no hace falta que un gobierno totalitarista nos obligue, nosotros mismos decidimos comprar el alimento todo en uno.
El camino para un comportamiento con respecto a la alimentación como el de Soylent Green, pasa por educar a los niños, por las escuelas, en definitiva por la publicidad.
En Fed Up, Stephanie Soechtig nos muestra como en países como Estados Unidos, ya han dado un paso a este respecto, y los comedores escolares de muchos centros están en manos de CocaCola, McDonalds, TacoBell… Las consecuencias de esto se muestran en el documental, pero nos podemos hacer a la idea del efecto que puede tener en un niño una alimentación a base de hamburguesas y refrescos.
Si habéis oído el término soberanía alimentaria y no sabíais muy bien a qué hacía referencia, con estos dos ejemplos queda bastante claro. Lo peor de todo es que la ciencia y la ficción de Soylent Green se funden con los años y poco a poco nos acercamos a una postura frente a la alimentación con ciertas semejanzas.
Soberanía alimentaria y agrodiversidad son conceptos que van de la mano. Si la soberanía alimentaria es el derecho a poder elegir lo que uno come, agrodiversidad es la condición técnica para que esto sea posible. Durante la domesticación de las plantas hortícolas, se fueron creando distintas variedades de una misma verdura, cada una de ellas con características genéticas que les conferían adaptación al medio concreto donde habían sido domesticadas, además de características organolépticas particulares. Cada pueblo tenía su variedad de patata, pepino, tomate. Si contamos todos los pueblos que hay en España, nos perdemos con las variedades (esto es una exageración, pero no dista tanto de la realidad).
El 70% de nuestra alimentación proviene de 12 especies vegetales. Sólo 4 de éstas –arroz, maíz, trigo y patata– nos suministran la mitad de las calorías. En definitiva, nuestra alimentación cada vez depende de menos especies y de variedades más homogéneas, lo que la hace más vulnerable.
Es decir, el 50% de la energía presente en nuestra dieta proviene únicamente de 4 especies. La pregunta que nos viene a la cabeza, ¿y esto es mucho o es poco? ¿Cómo era antes?
Según datos de la FAO, durante el último siglo se ha perdido el 75% de las variedades de las especies que se cultivan en el mundo, a lo que hay que añadir 1.350 razas animales en peligro de extinción de las 6.300 catalogadas.
No vamos a hacer ningún juicio sobre el tema, las cifras lo dicen todo. Lo que sí podemos hacer es abrir el debate sobre las consecuencias de esta pérdida de biodiversidad.
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La pérdida de biodiversidad en las producciones agrícolas supone unas importantes desventajas en caso de una enfermedad vegetal. Al no existir variabilidad genética, la gran mayoría de los individuos de la especie serán susceptibles a dicha enfermedad. La consecuencia directa de esto es una crisis alimentaria como la que ocurrió en Irlanda a mediados del S.XIX.
En la situación actual, la crisis alimentaria se trasladaría a aquellos países que no pudieran pagar lo que puede pagar Irlanda por dar de comer a su pueblo. -
Falta de poder de decisión por parte de los agricultores que dependen totalmente de los productores de semillas, ya que sus semillas dan frutos que el mercado no acepta (¿te suena eso de que el 30% de los productos no llega al supermercado por cuestiones estéticas?).
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Si los agricultores pierden opciones, los consumidores también. Cada vez que se deja de cultivar una variedad local, perdemos una oportunidad para escoger. De manera progresiva, está teniendo lugar una homogeneización de los centros de venta de alimentos que da lugar a la situación actual -Todos los supermercados venden lo mismo-.
¿Y yo, qué puedo hacer como consumidor?
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Lo primero de todo, tomar conciencia de que la alimentación sea probablemente uno de los procesos más importantes de nuestra vida. Si no estoy bien alimentado, no puedo vivir.
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De igual manera, trabajar la empatía. Si los demás no pueden comer, no pueden vivir.
Con estos dos principios, el resto debería ir rodado:
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Compra conscientemente, busca el origen de lo que comes. Cuanto más próximo a ti, mejor. Preguntando a tu tendero podrás resolver muchas dudas.
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No tengas problemas al escoger entre las variedades que presenten mayores irregularidades en cuanto a su forma. Esas irregularidades pueden ser un síntoma de que proceden de semillas que no son idénticas entre sí y muy probablemente de una variedad local. Aunque también hay variedades locales que tienen un aspecto muy parecido.
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Los sellos de calidad como DOP (Denominación de Origen Protegida), IGP (Indicación Geográfica Protegida) y ETG (Especialidad Tradicional Garantizada), “productos de custodia del territorio”, “productos ecológicos” o con sellos locales de menor escala, suelen ser garantía de variedades locales o autóctonas. Apuesta por ellas.
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Cocina, cocina, cocina. La única manera de saber lo que comes es cocinándotelo tu mismo. Además es más barato y con el tiempo, sabe mejor. La mejor manera de conservar una variedad local es utilizándola.
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Si tienes un huerto, busca semillas lo más adaptadas a tu zona y comienza a cultivarlas tú mismo.