¿Por qué tiramos un tercio de los alimentos?
La diferencia en la eficiencia energética del sistema intensivo es 80 veces menor que el tradicional. Además, desperdiciamos un tercio de los alimentos solo por su estética.

Desde la revolución verde, la cantidad relativa de dinero per capita que se dedica a alimentación en los países desarrollados se ha reducido considerablemente.
Si lo vemos en cifras, en los primeros 80´s dedicamos el 30% de nuestro gasto a los alimentos, mientras que en el año 2014 dedicamos apenas un 15%. La reducción de ese coste no ha venido acompañado de problemas alimentarios, todo lo contrario, comemos mejor que nunca, o eso creemos.
El sistema actual de distribución y venta mundial de alimentos permite el consumo de alimentos de temporada cualquier día del año, como el plátano, el mango, el tomate, etc. Desde un punto de vista superficial esto es positivo porque podemos disponer de lo que queramos y cuando queramos. Pero analizando en profundidad, esta posibilidad es cuestionable por varios motivos, como la salud, la sostenibilidad ambiental, los ciclos biológicos, etc. Pero por encima de todos, el motivo principal es la ineficiencia del sistema. Tenemos el sistema de distribución de alimentos más ineficiente que podríamos haber creado.
Eficiencia en los sistemas de producción.
Analizándolo por partes, podemos empezar por la eficiencia en los sistemas de producción. Actualmente producimos mucho más que hace 30 años y hace 30 años más de lo que imaginábamos que se podría sacar del suelo hace 100 años.
En este link se explica muy bien. Pero también hemos incrementado notablemente la cantidad de energía que requiere el sistema agrícola para producir todos los alimentos. En los principios de la agricultura, el único aporte energético era el que proporcionaba el Sol en forma de luz y calor, necesarios para que las plantas crezcan y den sus frutos. Con el tiempo se pasó a utilizar animales de carga, que necesitaban alimento (más suelo cultivable). Con la llegada del tractor y los fertilizantes sintéticos, la cantidad de energía que invertimos para producir un alimento se ha multiplicado y no estamos incluyendo los alimentos procesados. Este link explica muy bien el gasto energético en agricultura.
Teniendo en cuenta lo expuesto en estos dos documentos (1) y (2), hemos construido una tabla sencilla:
En el caso de la producción del arroz, la diferencia en la eficiencia energética del sistema intensivo es 80 veces menor que el tradicional, (con el maíz pasa lo mismo). Podríamos pensar que con los 1250 kg por hectárea que se producen en el sistema tradicional, frente a los 5800 kg del intensivo, no se podría alimentar a toda la población. Como veremos más adelante, ese no es un problema agronómico, es un problema de distribución de alimentos y de diferencias sociales.
Es decir, queda demostrado que la agricultura intensiva es menos eficiente que otras opciones. De hecho, esta es la razón, junto con la subida de los precios de la energía de los últimos años, lo que está ahogando actualmente a los agricultores de EEUU y Europa, que sobreviven gracias a la existencia de subvenciones.
Eficiencia en la distribución y venta
Una vez que el agricultor hace su trabajo, son las empresas que se dedican a la distribución las que calibran y dan los parámetros adecuados para que un alimento se pueda vender. Gracias a estos sistemas, por ejemplo, no nos envenenamos al comer una fruta porque hay limitaciones establecidas, como el límite máximo de residuos que puede tener un alimento. Sin embargo, se imponen otros criterios de selección que son meramente estéticos y mercantiles y su objetivo no es poner el mejor alimento en el mercado sino aumentar la venta.
Se promueven leyes que favorecen este tipo de prácticas, aquí un ejemplo que podéis encontrar al buscar “calibre frutas boe” en cualquier buscador. De hecho, esta es la razón por la que muchos alimentos no llegan al supermercado y se retiran en la propia explotación o son descartados por los mayoristas en origen (los segundos después del agricultor).
Los productos descartados, con suerte, se destinarán a alimentación animal o a su transformación por parte de la industria agroalimentaria. Sin embargo, según la FAO en la publicación Pérdidas y Desperdicios de Alimentos en el Mundo, Europa, Estados Unidos y Asia industrializada desperdician en torno al 32% de sus producciones, mientras que el resto del planeta, los denominados países en desarrollo, apenas llegan al 8%. Es decir, en un sistema de alto rendimiento agrícola, tiramos un tercio de los alimentos solo por su estética.
Con estos datos, la tabla anterior se modificaría ligeramente y quedaría de la siguiente manera:
Es decir, en esta situación, el balance energético es negativo y, por cada 1 megaJulio (MJ) que introducimos en el cultivo, nos devuelve 0,91 (MJ). Si no somos capaces de reponer la energía que estamos consumiendo en un sistema que tradicionalmente nos devolvía energía, vamos a tener problemas de sostenibilidad a medio-largo plazo.
¿Como consumidores, qué podemos hacer?
Cada día ejercemos una elección a la hora de comprar un producto, decantamos la balanza hacia un lado o hacia el otro. Si decidimos comprar un alimento muy procesado, que ha recorrido una distancia de miles de kilómetros y que ha sido producido bajo condiciones de trabajo muy dudosas, inclinamos la balanza hacia un lado. Sin embargo, cuando tu elección se centra en productos frescos o poco transformados y que además provienen de un espacio próximo a donde vivimos, inclinamos la balanza hacia el lado de la sostenibilidad. Tenemos mucho poder como consumidores. Nuestras acciones a la hora de consumir pueden generar cambios.
En este sentido, recomendamos unas acciones muy sencillas:
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Mira la etiqueta de lo que estás comprando. Todo aquello que contenga elementos que no conoces, plantéate la posibilidad de descartarlas por otras. Nos referimos a los conservantes E-436, E-653, los aspartamos, los glutamatos…
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Mira el origen de los productos, seguro que te sorprendes cuando compres unos espárragos, patatas, naranjas y veas que han recorrido miles de kilómetros.
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Pídele a tu frutero que traiga productos locales.
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Compra productos de temporada, son más baratos y de mucha mejor calidad (puedes ver una tabla más abajo).
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Evita comprar bandejas de plástico que envuelven un par de manzanas, realiza la compra en establecimientos que vendan a granel.
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Incorpora, en la medida de tus posibilidades, productos ecológicos.
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Pero lo más importante de todo, compra de manera consciente, investiga sobre aquello que adquieres y preguntate ¿y si no lo compro, qué pasa?